El pasado 15 de septiembre se conmemoró un nuevo Día Internacional de la Democracia, una ocasión propicia para realizar un balance riguroso del estado de la democracia tanto a nivel global como en América Latina.
Medio siglo después del inicio de la llamada “tercera ola democrática” (Samuel Huntington), cuyo hito simbólico se sitúa en 1974-1975, la pregunta central a responder es: ¿en qué punto se encuentra la democracia en 2025? La respuesta, incómoda pero ineludible, es que la democracia atraviesa las mayores tensiones de las últimas décadas.
La democracia atraviesa las mayores tensiones de las últimas décadas. Foto:LUIS ROBAYO
No está derrotada, pero sí desafiada por una combinación inédita de fatiga institucional, expectativas ciudadanas insatisfechas, altos niveles de inseguridad, desigualdad y corrupción, así como por el impacto de tecnologías que amplifican la desinformación y de líderes que, tras llegar legítimamente al poder, socavan los contrapesos que sustentan el sistema democrático.
El panorama global es dual: por un lado, un declive persistente de la calidad democrática y un avance acelerado de gobiernos autocráticos; por otro, países cuya resiliencia nos recuerdan que el retroceso no es inexorable y que la democracia no se rinde fácilmente. Como ha señalado Larry Diamond, vivimos no una contraola, sino una “recesión democrática”. La combinación de una ola autocrática y una profunda reconfiguración del orden geopolítico —marcada por la era del “desorden global”(Ricardo Haass), la incertidumbre y la reducción de la ayuda internacional al desarrollo y a la democracia— está impactando negativamente en la gobernanza democrática a nivel mundial y regional latinoamericano.
Además, organismos internacionales como la ONU presentan nuevos retos para lograr ser un contrapeso. Foto:AFP
Los Índices globales
Los resultados que emanan de los principales índices internacionales son elocuentes. El Democracy Report 2025 del V-Dem Institute muestra que la calidad de la democracia ponderada por población cayó a niveles comparables a mediados de los años ochenta, con retrocesos en libertad de expresión, integridad electoral, independencia judicial y Estado de derecho. Hoy existen más autocracias (91) que democracias (88), y apenas 29 países son democracias liberales.
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El 72% de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios, el nivel más alto desde 1978, y en 2024, mientras 45 países se autocratizaron, solo 19 se democratizaron. Según V-Dem, los gobernantes autoritarios utilizan tres armas principales: la censura de los medios, la manipulación de los procesos electorales y la represión de la sociedad civil.
El Democracy Index 2024 de la Economist Intelligence Unit (EIU) confirma la gravedad del momento. Registra su nivel más bajo desde que comenzó a medirse en 2006. Solo el 6,6% de la población mundial vive en democracias plenas (25 países), un 38,4% en democracias defectuosas (46 países), un 15,7% en regímenes híbridos (36 países) y un 39,2% en regímenes autoritarios (60 países). En otras palabras, menos de la mitad de la población mundial vive en democracias plenas o defectuosas. Democracias tradicionales como Estados Unidos y Francia fueron degradadas a “defectuosas”, la primera en 2016 y la segunda en 2024. Por su parte, Freedom House registró en 2024 el decimonoveno año consecutivo de deterioro en derechos políticos y libertades civiles: 60 países retrocedieron y apenas 34 mejoraron.
El 72% de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios, el nivel más alto desde 1978 Foto:iStock
La democracia en Latinoamérica
América Latina ofrece un retrato no menos inquietante. A casi cinco décadas del inicio de la transición democrática en la región, el escenario regional muestra una marcadaheterogeneidad entre los países. Según el índice de la EIU-The Economist, solo Uruguay y Costa Rica son democracias plenas (a veces se suma Chile a esta categoría). Seis países son democracias defectuosas (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Panamá y República Dominicana), ocho son regímenes híbridos (Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Honduras, Guatemala, México y El Salvador, que en mi opinión ya presenta rasgos claramente autoritarios) y cuatro son autoritarios (Cuba, Venezuela, Nicaragua y Haití, este último además como Estado fallido).
Así, más de dos tercios de los países latinoamericanos ya no son democracias plenas ni defectuosas. El promedio regional cayó por noveno año consecutivo, confirmando que América Latina es la región que más se ha deteriorado en el mundo.
En el plano de la opinión pública, el Latinobarómetro 2024 ofrece señales ambiguas. El apoyo a la democracia repuntó hasta el 52%, tras más de una década de descenso, aunque sigue 13 puntos por debajo del nivel alcanzado en los años noventa (65%). Pero el 65% de los ciudadanos se declara insatisfecho con su funcionamiento, y el 53% estaría dispuesto a aceptar un régimen no democrático si resuelve sus problemas. El 72% cree que se gobierna para minorías poderosas y el 76% considera injusta la distribución de la riqueza. La confianza en partidos y congresos es mínima y la confianza interpersonal apenas llega al 15%. La paradoja latinoamericana es clara: se valora la democracia como ideal, pero se castiga con dureza su ineficacia cotidiana.
Más de dos tercios de los países latinoamericanos ya no son democracias plenas ni defectuosas. Foto:iStock
Los problemas estructurales de fondo explican este malestar: crecimiento económico mediocre (2,2% promedio regional en 2025 después de una reciente segunda década perdida entre 2014 y 2023), alta informalidad, inseguridad alimentada por el crimen organizado, corrupción sistémica, sistemas de justicia lentos o cooptados, ataques a la libertad de prensa, debilitamiento de la sociedad civil, campañas de desinformación, y Estados con baja capacidad para proveer bienes públicos de calidad. A estos factores tradicionales se suman nuevos desafíos como los flujos migratorios, el cambio climático y la inteligencia artificial. En este caldo de cultivo prospera la promesa de orden inmediato, incluso a costa de derechos como lo testimonia la bukelización de la política en El Salvador.
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Lo singular de esta fase no es el regreso de los golpes clásicos, sino la sofisticación deun nuevo tipo de autoritarismo que erosiona la democracia desde dentro. Outsiders con discursos antisistema canalizan frustraciones y llegan al poder con legitimidad de origen, para luego desmantelar gradualmente los contrapesos institucionales, manipular reglas electorales, hostigar a la prensa, asfixiar a la sociedad civil y polarizar el espacio público. V-Dem denomina a este fenómeno “autocratización electoral”: hay elecciones, pero cada vez menos condiciones para que sean libres y justas.
Las plataformas digitales y la IA generativa agravan la situación: incentivan el conflicto y la desinformación,aumentan los niveles de hiperpolarizaión tóxica, alimentan discursos de odio y erosionan el terreno común para la deliberación democrática. Freedom House advierte que la libertad en internet acumula catorce años de retroceso, con la IA utilizada tanto para ampliar voces como para refinar censura y vigilancia.
Pero no todo son sombras. Persisten activos que sostienen la resiliencia democrática en varios países de la region: la integridad electoral sigue siendo el mecanismo de alternancia, la sociedad civil, la prensa independiente y algunos jueces honestos y valientes logran frenar abusos en determinadas circunstancias, y una ciudadanía más conectada y exigente no concede con facilidad cheques en blanco. El leve repunte en el apoyo a la democracia que surge del último Latinobarómetro podría ser una señalpositiva de recuperación, siempre que se traduzca en mejoras tangibles en seguridad, empleo y servicios públicos. La clave no es si la democracia sobrevivirá, sino en qué condiciones cualitativas lo hará, y si podrá volver a ganar la conversación moral y pragmática con su ciudadanía.
Es fundamental reconstruir la representación política Foto:AFP
¿Cómo defender la democracia?
La defensa de la democracia ya no puede limitarse a blindar la legitimidad de origen; resulta indispensable fortalecer también la legitimidad de ejercicio y de resultados. Urge encontrar y ofrecer soluciones democráticas a los problemas de la propia democracia, para evitar que el actual malestar en la democracia derive en un malestar con la democracia.
Ello implica proteger a los organismos electorales frente a presiones indebidas, blindar la independencia judicial y la libertad de prensa, preservar los espacios de la sociedad civil y amparar a los activistas sociales, invertir en capacidades estatales que permitan ofrecer servicios básicos de calidad y profesionalizar administraciones públicas hoy desbordadas por el crimen, la corrupción y las demandas ciudadanas insatisfechas.
Al mismo tiempo, es fundamental reconstruir la representación política, ampliando los canales de participación más allá del voto e incorporando activamente a jóvenes, mujeres y minorías en la toma de decisiones y renegociar el contrato social.
Una agenda renovada
En este escenario, la región debe avanzar hacia una agenda renovada para una democracia de nueva generación, con tres prioridades centrales: fortalecer la resiliencia, reconstruir la confianza ciudadana a través de una participación más amplia y efectiva, e impulsar gobiernos capaces de entregar resultados concretos. A nivel regional, se impone actualizar la Carta Democrática Interamericana y forjar un nuevo consenso que defienda sin ambigüedades las elecciones libres, el Estado de derecho, los derechos humanos y la libertad de expresión.
El desafío es claro: gobernar en un contexto de alta complejidad, incertidumbre y volatilidad, respondiendo con rapidez a las crecientes demandas de una ciudadanía del siglo XXI. De no hacerlo, el riesgo es una espiral de frustración social, protestas, violencia, inestabilidad y retrocesos autoritarios.
El balance de este 15 de septiembre no es el de una historia concluida, sino el de una obra en curso. Los informes revelan retrocesos preocupantes, pero también muestran una ciudadanía que no renuncia al ideal democrático.
La pregunta de fondo, que requiere menos épica y más oficio, es si seremos capaces de convertir el voto condicional de la ciudadanía en un nuevo contrato social, capaz de sostener una democracia de próxima generación: inclusiva, digital, verde y eficaz. Si fracasamos, la “tercera ola” democrática se retirará como una marea inconclusa, dejando tras de sí playas nunca consolidadas.
La democracia sigue viva, pero no está asegurada: requiere instituciones sólidas, una prensa libre, una justicia independiente, respuestas oportunas y eficaces a las demandas de la población y, sobre todo, ciudadanos activos y comprometidos. Porque no hay democracia auténtica sin una ciudadanía que la sostenga día a día. La historia, por ahora, permanece abierta.