La bandera pirata de 'One Piece' en protestas: el poder de la generación Z para desafiar gobiernos y regímenes en el mundo, ¿cómo se organizan?

Tres activistas de distintas latitudes relatan las frustraciones que viven en sus
países y
que los motivaron a salir a las calles en reclamo de mejores condiciones.

Santiago Andrés Venera Salazar

INTERNACIONAL – EL TIEMPO

En las últimas semanas, miles de jóvenes de distintos países han salido a las calles con
reclamos que, aunque nacen de contextos locales, comparten un mismo tono, el de una
generación que exige reformas, transparencia y dignidad.

En Perú, Yackov Solano, de 22 años, recuerda el momento en que decidió participar. “Fue
cuando sentí que ya no podía seguir viendo lo mismo (…) Corrupción, extorsiones,
asesinatos,
colegios destruidos y nadie hacía nada”, le cuenta a EL TIEMPO este estudiante de
comunicación y creador de contenido que empezó a difundir mensajes a través de la red
social
TikTok denunciando lo que él considera una “falta de transparencia de los medios de
comunicación”. “Yo no buscaba ser líder, solo contar lo que realmente pasaba”.

Al otro lado del mundo, en Marruecos, Soufiane, de 18 años, se unió a las movilizaciones
del
pasado octubre en su país. “Soy joven, y todo esto me concierne”, explica el estudiante
de
matemáticas y diseño gráfico. “Salí a exigir mejores condiciones en salud y educación.
Lo
hicimos pacíficamente, pero hubo represión”.

Las protestas en su país comenzaron el 27 y 28 de octubre y se extendieron por varias
ciudades. “Todo se organizó en redes, principalmente Discord, Instagram y Facebook, a
través
del grupo GenZ-212. Ahí se publican los puntos de encuentro y las horas. Es la forma en
que
todos nos enteramos”.

Tan solo semanas antes, en Indonesia, Atan Zayyid, de 23 años, convocó a decenas de
organizaciones estudiantiles a un encuentro nacional. Como presidente del Badan
Eksekutif
Mahasiswa (BEM), el principal órgano estudiantil del país, coordinó la asamblea del 26
de
agosto que dio origen a las protestas bajo el lema ‘Indonesia en la oscuridad’.

“El sistema se ha vuelto completamente corrupto y autoritario”, le dijo a este diario.
“Sabíamos que debíamos reaccionar”.

Diferentes historias, un mensaje común

A pesar de las distancias geográficas, los tres jóvenes describen patrones similares: la
sensación de vivir en sistemas estancados, la desconfianza hacia los partidos
tradicionales
y una nueva forma de organización que nace en las redes sociales.

Esas mismas dinámicas se han repetido en lugares tan distintos como Kenia, donde
estudiantes
y activistas protestaron contra el alto costo de vida y la corrupción; en Madagascar,
donde
las movilizaciones juveniles derivaron en la caída del gobierno civil y la instalación
de
una junta militar; o en Nepal, donde las marchas por empleo y transparencia provocaron
la
renuncia del primer ministro y la instauración de una nueva jefa de Gobierno, la cual
fue
elegida a través de chats en Discord.

En todos los casos, los movimientos surgieron desde lo digital y demostraron que los
inconformismos virtuales pueden transformar la política real.

Soufiane subraya el papel central de las plataformas digitales en la coordinación de las
protestas. Explica que, sin ellas, habría sido imposible articular a miles de jóvenes
dispersos por distintas ciudades. Según cuenta, las redes pueden crear comunidad y
sostener
la motivación colectiva.

Yackov, en cambio, advierte sobre el otro extremo: la saturación y la desinformación.
Reconoce que las redes son útiles, pero también pueden fragmentar los movimientos al
encerrar a las personas en burbujas digitales, lo que dificulta construir una agenda
común.

En Indonesia, Zayyid señala que, aunque las redes sociales cumplen un rol importante, el
movimiento estudiantil aún conserva una estructura más tradicional de toma de decisiones
a
través de asambleas. Sin embargo, destaca que es precisamente la generación más joven la
que
está dispuesta a salir a las calles: “Los estudiantes somos el movimiento más grande del
país”.

Las demandas de los Z en cada país

Si bien las motivaciones de las protestas se repiten, tienen matices por países. En
Perú, el
problema es la corrupción estructural de un país que desde 2016 ha tenido siete
presidentes,
el último hace apenas un mes.

“Nos criamos viendo caer gobiernos”, dice Yackov. “Y, aun así, las mismas mafias siguen
ahí”. Según él, la crisis política ha normalizado la desafección. “Mucha gente ya no
cree
que protestar sirva, pero los jóvenes estamos empezando a entender que, si no lo hacemos
nosotros, nadie lo hará”.

En Indonesia, el malestar se dirige contra la concentración de poder en manos del
partido
gobernante. “La corrupción y el nepotismo son endémicos”, afirma Zayyid. “El riesgo es
que
el país se acostumbre. Nuestra generación intenta romper eso”.

En Marruecos, las demandas se centran en dos sectores: salud y educación. “Son las bases
de
cualquier país”, insiste Soufiane.

Y es que, pese a que el gobierno marroquí anunció en su presupuesto 2026 un incremento
del
gasto social, los manifestantes mantienen el escepticismo. “Ojalá se cumpla. Sería una
señal
positiva, pero la confianza se ha perdido”, sentencia Soufiane, quien destaca que, por
encima de todo, lo que reclaman es responsabilidad y rendición de cuentas.

El punto en común entre las distintas protestas Z es la indignación con el orden
establecido
por los gobiernos de sus países y la sensación de que su generación, la más joven y a la
vez
la más desacostumbrada a los males de las sociedades, es la única dispuesta a exigir
mejores
condiciones.

¿Qué efecto real tienen las protestas de los Z?

Las protestas protagonizadas por jóvenes nacidos entre finales de los 90 y principios de
los
2000 combina la inmediatez digital con una visión más horizontal del liderazgo.

“No se trata de tener un líder único. Somos muchos, en distintos lugares, ayudándonos
entre
nosotros”, resume Yackov.

Sin embargo, Zayyid, más reflexivo, advierte que justamente la falta de estructuras
puede
debilitar los movimientos a largo plazo. “Debemos crear una narrativa común, algo que
nos
mantenga unidos. No basta con marchar”, comenta.

Así las cosas, mientras que esa falta de jerarquía les permite actuar rápido y ejercer
una
presión notoria, plantea desafíos posteriores. Por ejemplo, en Madagascar, donde las
súbitas
protestas derivaron en la caída del Gobierno, la ausencia de una estructura clara que
determinara el paso a seguir dejó un vacío que fue ocupado por el poder militar.

Por eso, Yackov reconoce que lograr un cambio es solo el primer paso. A su juicio, sin
una
idea clara de lo que viene después, el riesgo es que otros terminen decidiendo por
ellos.

Los riesgos son evidentes. En Marruecos, las protestas, al inicio pacíficas, derivaron
en
disturbios tras los primeros días. “Cualquier acto violento debe ser juzgado -dice
Soufiane-, pero los jóvenes que protestaron pacíficamente deben ser liberados. Queremos
reforma, no destrucción”. Hoy, en el país, más de 240 jóvenes enfrentan penas de hasta
15
años por participar en las manifestaciones.

En Perú, las movilizaciones se enfrentan a la represión policial y la criminalización.
“El
gobierno etiqueta cualquier protesta como vandalismo -afirma Yackov-. Pero lo que hay es
cansancio, no violencia”. Sin embargo, cifras oficiales señalan que en las
manifestaciones
de mediados de octubre unos 80 policías resultaron heridos, mientras que un joven murió
en
los choques más recientes.

En Indonesia, el desafío es la continuidad. “La energía juvenil se disipa rápido”,
admite
Zayyid. “Nuestro reto es mantener la organización sin perder independencia frente al
poder
político”.

Aun con esas dificultades, los tres jóvenes insisten en que en su generación existe una
conciencia compartida que ya no espera. Soufiane ve señales de avance: “Si el gobierno
cumple con las reformas, sería un paso hacia la justicia social”, mientras Yackov
enfatiza
la necesidad de reconstruir la confianza: “Queremos creer otra vez en la política, pero
con
transparencia y empatía”.

Y Zayyid concluye con una reflexión que podría resumir la voz de toda una generación:
“No se
trata solo de protestar y ya (…) Tenemos que mantener viva la idea, incluso cuando
parezca
que nada cambia. Eso es lo que nos hace fuertes”.


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