En las últimas semanas surgieron de las superpotencias de inteligencia artificial (IA) dos visiones muy diferentes del futuro del mundo digital. Estas filosofías en competencia han puesto a América Latina en una posición incómoda entre ellas. La región ahora enfrenta una trampa de dependencia digital que podría determinar su destino tecnológico durante décadas.
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El mes pasado, la administración Trump lanzó ‘Winning the Race: America’s AI Action Plan’ (Ganando la carrera: plan de acción de IA de Estados Unidos), una estrategia nacional integral de IA que enmarca la inteligencia artificial como una competencia de suma cero en la que Estados Unidos debe lograr un “dominio tecnológico global incuestionable e indiscutible”. Una orden ejecutiva adjunta del 23 de julio lanzó un ‘American AI Exports Program’ (Programa de Exportaciones de IA estadounidense) para exportar paquetes completos de tecnología de IA estadounidense.
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El mismo mes, China dio a conocer su ‘Action Plan on Global Governance of Artificial Intelligence’ (Plan de acción sobre la gobernanza global de la inteligencia artificial), posicionando a la IA como un “bien público global” que requiere cooperación multilateral y enfatizando el apoyo al sur global. Según el primer ministro Li Qiang, la inteligencia artificial debería convertirse en un bien público internacional que beneficie a la humanidad.
Li Qiang, primer ministro chino. Foto:EFE
Para los responsables políticos latinoamericanos, estos manifiestos presentan lo que parece ser una disyuntiva. Una elección equivocada podría significar décadas de dependencia tecnológica, soberanía limitada y menores perspectivas para la innovación autóctona. Sin embargo, la tensión entre ambos caminos podría ofrecer a la región una oportunidad de crecimiento.
Filosofías divergentes
El contraste entre los enfoques estadounidense y chino se lee como una historia de dos filosofías. El plan de EE. UU. dedica secciones enteras a eliminar las barreras regulatorias, construir la infraestructura de IA estadounidense y garantizar que los aliados adopten los estándares tecnológicos de EE. UU. Es una doctrina Monroe digital, que establece esferas tecnológicas de influencia mientras excluye sistemáticamente a los adversarios a través de controles de exportación y dependencias de infraestructura.
El plan de China cuenta una historia diferente. Donde Estados Unidos enfatiza la competencia, China habla de cooperación; donde Estados Unidos se centra en el dominio, China promueve el “desarrollo inclusivo” y pide explícitamente apoyar a los países en desarrollo en la construcción de sus propias capacidades de IA. El documento chino se lee como un manifiesto para el multilateralismo tecnológico, prometiendo el intercambio de infraestructura, la transferencia de conocimientos y los marcos de gobernanza basados en la ONU que dan voz a las naciones más pequeñas. Sin embargo, aunque el modelo chino y el surgimiento de DeepSeek podrían ofrecer accesibilidad, las naciones latinoamericanas que lo adopten de forma generalizada corren el riesgo de cambiar una forma de dependencia tecnológica por otra.
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Consideremos el dilema de Brasil. El país ya ha desarrollado un sofisticado marco ético de IA y alberga instituciones de investigación de clase mundial como CPQD. Depende en gran medida de los servicios en la nube de Estados Unidos para gran parte de su infraestructura digital, pero también da la bienvenida a la inversión china en telecomunicaciones y fabricación. El gobierno del presidente Lula da Silva debe navegar por las presiones comerciales y de seguridad de Estados Unidos que favorecen la integración tecnológica de ese mismo país con el atractivo financiamiento de infraestructura de Pekín, todo mientras trata de preservar el espacio para el propio desarrollo tecnológico de Brasil.
México enfrenta presiones más directas: su proximidad a Estados Unidos limita la flexibilidad. Imagínese tratar de adoptar los estándares chinos de IA mientras se comparte una frontera de 3.200 kilómetros con un país que ve dicha adopción como una amenaza a la seguridad nacional. Sin embargo, la base manufacturera de México todavía depende de las cadenas de suministro chinas, y su creciente economía digital necesita todas las asociaciones tecnológicas que pueda obtener.
Coordinación regional
La disyuntiva entre ambos planes podría ser errónea. Así como el Movimiento de Países No Alineados durante la Guerra Fría permitió a los países beneficiarse de ambos bloques sin subordinarse plenamente a ninguno, la mejor estrategia para América Latina podría ser la no alineación digital: un delicado equilibrio que preserva la soberanía tecnológica y, al mismo tiempo, permite acceder a los beneficios de ambos ecosistemas.
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Algunos países ya lo están poniendo en práctica. Por ejemplo, Chile se posiciona como un hub digital regional mientras gestiona cuidadosamente las relaciones con ambas potencias tecnológicas. La iniciativa LatamGPT ilustra este equilibrio. Liderado por el Cenia de Chile, es un proyecto abierto donde los datos de capacitación, la evaluación y las hojas de ruta son controlados por instituciones regionales. Su infraestructura está diversificada, combinando hiperescaladores estadounidenses como AWS y Microsoft, con la nube y los centros de datos de Huawei, y la conectividad Asia-Pacífico a través del nuevo cable transpacífico de Humboldt con Google. Lo mismo se aplica al Plan de IA de Brasil, de 4.000 millones de dólares y cuatro años de duración, que cubre la rivalidad entre Estados Unidos y China, impulsando la soberanía tecnológica: modelos y computación domésticos, financiamiento público (FNDCT/BNDES) y establecimiento de reglas a través del G20 y las Naciones Unidas.
La coordinación regional ofrece el camino más sólido de América Latina hacia adelante. En lugar de que cada país negocie por separado con las superpotencias de IA, la región podría desarrollar estándares compartidos que prioricen la interoperabilidad y eviten la dependencia de proveedores. La Alianza del Pacífico, u organismos regionales similares, podrían crear marcos de IA que reflejen los valores latinoamericanos en lugar de importar modelos de gobernanza diseñados en otros lugares.
Considere cómo se vería esto en la práctica. Un consorcio latinoamericano de IA podría reunir recursos para investigación y desarrollo, compartiendo costos y experiencia a través de las fronteras. Los marcos regionales de gobernanza de datos podrían proteger la soberanía al tiempo que permiten la innovación, y los estándares de adquisición conjunta podrían evitar que un solo gobierno sea presionado para realizar asociaciones tecnológicas exclusivas.
Brasil, con su sofisticación técnica y tamaño de mercado, podría servir como ancla para esa cooperación regional. La experiencia en manufactura de México y el creciente sector tecnológico de Centroamérica podrían proporcionar capacidades complementarias. Las instituciones de investigación de Argentina y la infraestructura digital de Chile podrían completar un ecosistema regional capaz de competir globalmente mientras mantienen la independencia.
La dimensión cultural
Las actitudes culturales hacia la automatización pueden ser tan importantes como la experiencia técnica para dar forma a cómo se adoptan las nuevas tecnologías. El enfoque de América Latina para la adopción de la IA podría estar más centrado en el ser humano que el énfasis estadounidense en la eficiencia del mercado o el enfoque chino en la coordinación estatal. Las sólidas tradiciones de organización comunitaria, economía cooperativa y solidaridad social de la región podrían informar los modelos de gobernanza de la IA que priorizan el bienestar humano sobre el puro progreso tecnológico.
Esta relación ya es visible: la Ley General de Protección de Datos de Brasil garantiza el derecho de revisión de las decisiones automatizadas, y las finanzas abiertas exigen el intercambio de datos con consentimiento; la política de IA actualizada de Chile se está construyendo a través de una consulta pública; y los fallos judiciales argentinos han suspendido el sistema de reconocimiento facial de Buenos Aires por motivos de debido proceso y privacidad.
Esta dimensión cultural ofrece a América Latina una ventaja competitiva en el desarrollo de aplicaciones de IA que podrían enfrentar menos resistencia social. Mientras que las empresas estadounidenses y chinas compiten por construir modelos más potentes, los desarrolladores latinoamericanos podrían centrarse en una IA que se sienta confiable y alineada con los valores regionales, creando un nicho de mercado que ninguna de las superpotencias puede replicar fácilmente. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la cultura es una brújula y no funciona en piloto automático: estos resultados positivos dependerán en última instancia de las adquisiciones, las reglas de datos y los incentivos.
Mientras que las empresas estadounidenses y chinas compiten por construir modelos más potentes, los desarrolladores latinoamericanos podrían centrarse en una IA que se sienta confiable y alineada con los valores regionales
El tiempo corre
El tiempo apremia para la acción estratégica. A medida que Estados Unidos y China intensifican sus esfuerzos para consolidar alianzas tecnológicas, el margen para la toma de decisiones autónomas se reduce. Los países que no actúen pronto podrían encontrarse eligiendo no entre visiones contrapuestas de la gobernanza de la IA, sino entre las opciones que queden después de que las principales potencias se hayan repartido el panorama tecnológico.
Los líderes regionales deben reconocer que la elección entre los modelos de gobernanza de IA estadounidenses y chinos es en sí misma una trampa. Las sociedades latinoamericanas tienen voz y voto en la determinación de cómo se desarrollan e implementan estas tecnologías transformadoras en sus propios países.
Ahí es donde radica la verdadera oportunidad: en un enfoque latinoamericano de la IA que satisfaga las necesidades de desarrollo de la región y preserve la soberanía tecnológica que hace posible la verdadera elección.
(*) Eduardo Levy Yeyati es ex economista jefe del Banco Central de Argentina, académico sénior de Brookings y profesor titular de la Universidad Torcuato di Tella de Buenos Aires. Es miembro del consejo editorial de ‘Americas Quarterly’.