El 11 de septiembre, el Tribunal Supremo de Brasil impuso severas penas al expresidente Jair Bolsonaro y a otros siete acusados, entre ellos tres militares de alto rango, por conspirar contra la democracia e intentar un golpe de Estado. En el caso de Bolsonaro, la condena fue de 27 años y tres meses. Pero ese no es el final de la historia.
El juicio y la condena de Bolsonaro marcan un logro histórico en un país que ha sufrido intentos de golpe de Estado liderados por militares o con participación de estos, y dos dictaduras, la más larga ocurrió de 1964 a 1985. Además, la decisión del Tribunal Supremo sitúa a Brasil entre los pocos países que han investigado, procesado y condenado a los golpistas con el debido proceso legal.
Todo esto justifica cierto optimismo sobre la resiliencia de la democracia brasileña, que durante los cuatro años de la presidencia de Bolsonaro atravesó la prueba de resistencia más dura desde su restauración hace 40 años. La duda sobre si Brasil en un futuro cercano será inmune o no a una nueva aventura autocrática depende de las respuestas a varias preguntas.
Jair Bolsonaro Foto:EFE / Andre Borges
En primer lugar, ¿seguirá la derecha radical tan activa políticamente y con la misma fuerza electoral, a sabiendas de que su principal líder está condenado? En segundo lugar, ¿qué estrategia seguirán a partir de ahora los partidos de derecha más tradicionales que se aliaron con Bolsonaro, pero no llegaron a sumarse al golpe? ¿Se distanciarán finalmente de su figura, a pesar de que dependerían del voto de la derecha radical para derrotar al presidente Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones de octubre de 2026?
Diferencias con EE. UU.
Por último, y no menos importante, está el factor Donald Trump. Es probable que el presidente estadounidense, tras intentar frenar el procesamiento de Bolsonaro mediante la imposición de sanciones y aranceles comerciales punitivos, cuestione la legitimidad de las elecciones presidenciales del próximo año. En ese sentido, ¿en qué medida esto distorsionará la dinámica de la política interna brasileña?
Para responder a estas preguntas, conviene comparar a Brasil con Estados Unidos. Si bien el trumpismo y el bolsonarismo tienen similitudes, no debemos perder de vista las diferencias. La más obvia es que en Brasil la sociedad y el sistema judicial han eliminado al líder autoritario del juego político.
Sin duda, Brasil se beneficia de tener una constitución inspirada en las lecciones de 21 años del régimen autoritario militar de 1964 a 1985. La Asamblea Nacional Constituyente de 1987-1988 incluyó disposiciones para la autodefensa de la democracia. Cualquier intento orquestado de destruirla se considera un delito según el código penal brasileño.
Otro elemento importante es que la derecha radical en Brasil no ha logrado organizarse como un partido dominante. Los sistemas multipartidistas tienden a obstaculizar la consolidación de mayorías decisivas, y Brasil no es la excepción.
En Estados Unidos, Trump conquistó uno de los dos partidos y purgó a toda la oposición interna. En Brasil, en cambio, Bolsonaro tuvo que adaptarse a un sistema de partidos fragmentado, en el que los principales partidos conservadores están más interesados en cultivar sus bases locales y su representación en el Congreso que en someterse al proyecto político de un líder autoritario. Como resultado, la derecha radical no tiene un heredero natural que releve a Bolsonaro ni un partido que controle firmemente.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Foto:Getty Images via AFP
Por lo tanto, no sorprende que los partidos de derecha, que desde 2018 han ganado terreno en alcaldías, gobiernos estatales y el Congreso, muestren su reticencia a invertir capital político en un proyecto de ley que podría eximir a Bolsonaro del fallo del Tribunal Supremo y devolverlo a la escena política. Por ahora, la mayoría mantiene una postura de oposición a la condena de Bolsonaro, mientras negocia en el Congreso una versión ligera de amnistía.
Estas estructuras políticas quieren evitar irritar a los partidarios de Bolsonaro sin provocar una nueva crisis política, ya que es seguro que el Tribunal Supremo declararía inconstitucional una amnistía que indulte a los condenados por liderar el intento de golpe.
Contexto sociopolítico
Un sondeo reciente de Datafolha, una de las encuestadoras más fiables de Brasil, indica que el 54 por ciento de los brasileños se oponen al indulto de los líderes y participantes del intento de golpe de principios de 2023, mientras que el 39 por ciento está a favor.
Bolsonaro y Trump siempre han sido comparados por sus similitudes políticas. Foto:AFP / EFE
La mayor dificultad de la oposición reside en la elección del principal oponente de Lula para la carrera presidencial del próximo año. En unos comicios que se decidirán en dos vueltas por un estrecho margen, el reto es encontrar un candidato que impulse y recoja a la derecha radical (alrededor del 25 por ciento del electorado) y que, al mismo tiempo, sea atractivo para los votantes conservadores no radicales.
Además, dicho candidato necesitará la aprobación de Bolsonaro, quien no es conocido por cumplir acuerdos. Varios gobernadores de derecha no se cansan de repetir que lo indultarán en cuanto asuman la presidencia, una promesa difícil de cumplir por razones legales e insuficiente porque no les garantiza que Bolsonaro los respalde directamente. Por el contrario, al cortejar a Bolsonaro, estos políticos están dañando su imagen ante los votantes centristas.
El daño contra estos gobernadores crece con cada acto punitivo y amenaza que Trump lanza contra Brasil y los miembros del Tribunal Supremo. Por lo que se ven obligados a recurrir a contorsiones verbales para evitar contradecir a Bolsonaro, sin respaldar medidas que son evidentemente impopulares entre los votantes brasileños.
Aunque improbable, no se puede descartar un escenario en el que los partidos conservadores, temerosos de romper con Bolsonaro por razones electorales de coyuntura, se vean nuevamente arrastrados a una estrategia que solo interesa a la derecha radical: incitar a la polarización extrema para cuestionar, con el apoyo de Trump, la legitimidad de las elecciones del próximo año. Tal estrategia de radicalización probablemente facilitaría la reelección de Lula y acarrearía graves consecuencias para el país.
La fortaleza de cualquier democracia depende de la lealtad de todas las fuerzas políticas al orden constitucional. La derecha brasileña no partidaria de Bolsonaro tiene una inmensa responsabilidad histórica en los próximos meses.
(*) Director ejecutivo de la Fundación Fernando Henrique Cardoso.